Parecido fue a la emoción de la primera vez que vi unos girasoles auténticos colgando en la pared de un museo lo que sentí hoy cuando los azares de la vida, y algún que otro achaque de mis viejos, me llevaron a pisar Los Céspedes.
Chistecitos fueron y vinieron con mi manyísimo y baboso marido. Y la convicción de que esos pibes le van a amargar tanto la vida en un par de añitos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
je...desde acá leo con sonrisa carbonera. Bienvuelta
ResponderEliminarhola canilla!! bienvenido por acá!
ResponderEliminar